El agua es filtrada al hacerla pasar a través de una superficie tamizada, generalmente una malla metálica o plástica, con un determinado número de aberturas. La filtración, por tanto, es en superficie. Las partículas de tamaño superior a las aberturas de esta malla, quedarán retenidas. En diámetros superiores a las 2”, esta malla suele estar fijada a un cartucho de PVC que le imprime firmeza y dependiendo de la entrada del agua al filtro, la malla estará fijada al cartucho por el exterior o por el interior.
Son muy efectivos con aguas poco sucias.
Existen filtros de malla manuales, semiautomáticos y automáticos. Los manuales son bastante robustos y su montaje y desmontaje son muy sencillos, aunque esto cambia a medida que se van automatizando, ya que se le incluyen elementos que dificultan estas operaciones.
En los manuales, hay que extraer el cartucho y lavar con agua a presión, y en caso necesario, con la ayuda de un cepillo limpiarlo manualmente, recomendándose sumergir el cartucho periódicamente en una solución ácida, que sea capaz de eliminar completamente los restos atrapados en la malla. Como en el caso de las anillas, recomendamos tener un cartucho de repuesto, que nos permita la sustitución del sucio por otro que haya sido limpiado previamente, “sin prisas”.
Los semiautomáticos, también denominados centrifugadores, aprovechando el efecto centrifugador que se le confiere al flujo de agua, por medio de una placa perforada alojada en la entrada del filtro, consiguen mantener en parte limpia la malla. Como opción, puede instalarse una válvula de purga. Es imprescindible que en este tipo de filtros, la combinación de tapones a colocar en la placa deflectora se ajuste estrictamente a lo indicado por el fabricante porque, de lo contrario, el efecto limpiador por centrifugación dejaría de ser efectivo.