Cuando son varios los filtros que se instalan, su lavado suele ser siempre automatizado. Y en los casos en los que existe un solo filtro y de pequeño diámetro, la limpieza suele ser manual.
Para esta maniobra de limpieza o contralavado, cuando se realiza de manera automática, se requiere una presión alta. La suciedad se extrae de las ranuras por la incidencia de unos chorros de agua a presión en sentido contrario al habitual y en combinación con la separación y giro de las mismas, expulsándose la suciedad al exterior.
Este proceso de retrolavado es gobernado por un sistema autónomo, que en función de la perdida de presión entre la entrada y la salida (previamente consignada), o por tiempo, inicia la operación de limpieza.
Cuando se hace de manera manual, obliga a desmontar la carcasa que aloja las anillas, sacarlas, soltarlas y proyectar contra ellas agua a presión. Si se aprecia que existe mucha suciedad, es preferible realizar la limpieza de las mismas mediante inmersión en alguna disolución ácida. Por ello, recomendamos tener un juego de anillas de repuesto, que nos permita la sustitución del conjunto sucio por otro que haya sido limpiado previamente, “sin prisas”.
Se trata de un sistema de filtrado que ha evolucionado mucho, desarrollándose mejoras en cuanto a su precisión, automatización, disposición, funcionamiento, presión mínima de trabajo y materiales empleados en su fabricación. De manera que podemos encontrar en el mercado cabezales de anillas, totalmente automatizados, compactos, con una presión de lavado requerida en el entorno de los 2 bar y fabricados en polietileno y poliamida, por lo que desaparecen los problemas de corrosión.
El mantenimiento que requieren podemos considerarlo medio y de baja frecuencia, si las condiciones de trabajo habituales son las requeridas por el sistema.