Cuando más disfrutábamos era enseñando la casa a las personas que venían a alguna gestión a la Comunidad. Llamaba la atención la singularidad del edificio, las solerías, las escaleras, el herraje... Nosotros al estar allí a diario, estábamos ya acostumbrados, pero el que nunca había estado, se quedaba encantado.
Aunque, para recuerdos buenos, los de cuando la casa estaba ocupada, cuando allí tenían su sede Feragua, Cereales, la C.R. de Isla Mínima, la de El Viar...el portón estaba siempre abierto y daba gusto entrar por las mañanas por ese zaguán empedrado, esos patios... Entonces, sí que tenía vida la casa, ¡estaba ocupada!
Durante la época de Paco, el conserje, se organizaba un almuerzo por Navidad, al que acudíamos la mayoría de los trabajadores. Se montaba una mesa grande en el pasillo de la primera planta y qué buen rato echábamos allí todos juntos. Pero no puedo dejar de nombrar a Lolita, que trabajaba en las “Comunidades de la zona del arroz”: era la primera que llegaba por las mañanas, llegaras lo temprano que llegaras, ella estaba ya allí. Incluso un año montaron un belén benéfico para UNICEF en el Salón de Actos y una Exposición de pinturas...
Lo peor quizás, lo fría que era en invierno (esos techos altos, esos “corredores”, estaba mal acondicionada, evidentemente). Sin embargo en verano, daba gusto estar allí, con esos patios baldeados y la vela echada. Te transportaba a otras épocas: sabor a casa antigua, con solera... Ya últimamente se ha ido deteriorando mucho y daba pena ver en qué estado estaba. Hemos sido testigos, lamentablemente sin poder evitarlo, del deterioro que ha ido sufriendo hasta la actualidad.
Anécdota: ¡La resistencia a las huelgas teniendo el bastión de CC.OO. frente a nosotros, era divertido! Planificar cómo entrar sin ser vistos o desbloquear la cerradura cuando nos la saboteaban.